Ken Jacobs (Nueva York, 1933)
es una figura fundamental del cine experimental del período posterior a la Segunda Guerra Mundial.
En 1966, tras formar parte de colectivos legendarios como la NY Film-Makers’ Cooperative, Jacobs y su esposa Flo fundaron uno de los primeros estudios cinematográficos de EE. UU. abiertos al público, The Millennium Film Workshop.
Guiado por su constante interés en el acto de observar y en la relación del espectador con la imagen, en 1969 Jacobs produjo Tom,Tom, the Piper’s Son, una película de dos horas de duración basada en un cortometraje de diez minutos filmado en 1905.
Durante el otoño de 1969, junto con el director Larry Gottheim, creó el Departamento de Cine,
centrado en prácticas de vanguardia, en la Universidad del Estado de Nueva York en Binghamton,
donde ejerció como profesor durante más de treinta años. Tras la fascinación por la pantalla plana que refleja en Tom, Tom, Jacobs indagaría en la ilusión de profundidad, un tema que le seducirá de manera persistente. A mediados de la década de 1970, comenzó a desarrollar el “eternalismo”.
Con una configuración de dos proyectores de 16 mm en stop motion creó vívidas ilusiones en tres dimensiones mediante la rápida yuxtaposición de fotogramas muy conectados entre sí, que en algunas ocasiones llegaba a mantener en la pantalla durante varios minutos.
En 2000, reemplazó The Nervous System por The Nervous Magic Lantern como dispositivo de proyección y pasó del filme a la producción digital.
Entre las creaciones más recientes de Jacobs se encuentra Los invitados (The Guests, 2013),
saludada por la crítica como una de sus obras maestras.
La base de la obra es uno de los primeros trabajos de los hermanos Lumière, que muestra a los invitados de una boda entrando en una iglesia de París, a finales del siglo XIX.
Jacobs ralentiza de manera extrema la sucesión de fotogramas individuales y duplica la imagen que aparece en la pantalla con un fotograma de diferencia, alternando el ojo con el que se ve el primer fotograma.
Cuando se ve la película con gafas 3D, a medida que los invitados pasan de izquierda a derecha, las combinaciones generan imágenes tridimensionales en la mente del espectador, a la vez realistas y sorprendentemente irreales.
Mientras el espectador asimila los cambios,
el ritmo dilatado de la acción en un lugar histórico e inaccesible eleva el rodaje original de los hermanos Lumière a un plano que trasciende lo documental
y lo transforma en una experiencia directa del perturbador misterio de la imagen.
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